UNA AMIGA A QUIEN
CASI LE HAGO EL AMOR
Aquella noche ¿quién creyera?,
cuando te vi con tu vestido blanco
y tu rostro encendido de amapola,
disfruté, después de algunos brandys,
tus besos deliciosos y tu lengua de fuego,
que no declaró guerra ni tampoco tregua.
La dulce compañía de tu cuerpo lascivo
atizó mis sentidos fantásticos y obscenos
como un sueño de magia, de olores y de miel.
Bien sé que no me amas, tampoco lo pretendo,
pero en la madrugada cuando palpé tu sexo,
ardiente como el Sol, oculto como un secreto,
sentí que se acercaba de pronto el paraíso
con su roja manzana madura en tu cerebro.
Por eso te besé, y en tus jugos de hembra
hundí toda mi cara como perro en su cuenco,
para tener el cielo de olor y de sabor
que muy pocas mujeres me pueden ofrecer.
No llegó, sin embargo, una respuesta tuya
para seguir el rumbo trazado por la noche.
Eso lo comprendo, igual que muchas cosas
que pasan en la vida.
Pero quiero decirte que además de tus besos,
me diste otro placer que no te habías propuesto:
dejar que te mirara, te oliera y te besara
el más bello paisaje, ardiente y delicado,
que forman tus caderas, tu sexo y tu culito.