El 17 de julio de 1578, mientras se encontraba de progreso en un suntuoso desfile en el río Támesis en compañía del embajador francés, Isabel I sufrió el primero de muchos intentos de asesinato propiciados y orquestados por católicos que querían destronarla. La política religiosa adoptada por la reina en el acta de uniformidad, el llamado acuerdo isabelino, los ponía contra las cuerdas puesto que les conminaba a someterse a la autoridad real y renegar de su obediencia al catolicismo, dado que la Iglesia de Roma constituía directamente una jurisdicción, poder, superioridad y autoridad extranjera, además de que el juramento constituía causal de excomunión. La salida era, obviamente, matar a la reina y poner en su lugar a una digna sucesora católica, aprobada y santificada por Roma. El papa Pío V no sólo aprobó esta idea sino que alentó a los súbditos ingleses a asesinar a la reina, puesto que siendo protestante e ilegítima no le debían obediencia. En otras palabras: Dios justificaba su asesinato.
Los acontecimientos de ese año se vieron marcados por la súbita traición de su fiel amigo y eterno enamorado, Robert Dudley, I conde de Leicester, uno de sus favoritos y su único interés amoroso. Hasta entonces, Isabel había disfrutado momentos llenos de alegría en compañía de su fiel Robert, bailando y coqueteándose mutuamente con bromas internas, regalos y gestos privados que sólo ellos conocían. Embajadores y cortesanos especulaban sobre la naturaleza de esa relación, creyendo que Leicester era el candidato más seguro para convertirse en rey. Robert, viudo durante 18 años, había estado evitando el matrimonio esperando convencer a Isabel de darle el sí ante el altar y declarar públicamente su amor, algo que ella nunca quiso hacer. Todo esto cambió radicalmente en septiembre de 1578 cuando Robert se casó en secreto con Leticia Knollys, una de las damas de la reina. Recién enviudada de su primer esposo Walter Devereux, I conde de Essex, Leticia era una mujer ambiciosa que había tenido una aventura con Robert, provocando un embarazo inesperado que les obligó a casarse. Cuando Isabel se enteró, montó en cólera: exilió a ambos de la corte, nunca pudo perdonar a Robert por habérselo ocultado y jamás aceptó dicha unión. Robert Dudley continuó como su consejero y lideró una expedición en 1985 contra España, pero ambos nunca volvieron a disfrutar de la cercanía que tenían antes.
La relación entre reina y favorito se complicarían todavía más cuando Robert decidió apoyar a Tomás Howard, cuarto duque de Norfolk en su intención de casarse con María Estuardo, reina de Escocia que para ese momento estaba reclusa en Inglaterra tras haber perdido su trono, y que se había convertido en la esperanza católica para derrocar a Isabell. Al enterarse, Robert decidió desligarse de los nobles que apoyaban al duque y decidió contárselo todo a su amada, esperando congraciarse con ella. Es posible que Robert haya estado espiando para ella, pues nunca perdió su favor por esto