El pasado domingo 7 se dieron, simultáneamente, dos hechos que coinciden en un mismo escenario polÃtico. Para utilizar la expresión de Hugo Chávez se dio, por un lado, una victoria perfecta, y, por el otro, una derrota perfecta.
Me explico: la victoria de Hugo Chávez respondió a tres factores fundamentales en una campaña electoral. Por una parte el fervor, la adhesión incombustible del presidente, quien luego de 14 años de ejercicio del poder mantiene una elevadÃsima cota de apoyo popular, como pocas veces se observa en el mundo de la polÃtica. Por otra, a una clara, audaz y rotunda definición de carácter programático, sin ambigüedades ni enmascaramiento, y en tercer lugar, una maquinaria bien estructurada, capaz de movilizar con eficacia a millones de personas para el acto de votar.
¿Qué ocurrió con la oposición? ¿Por qué una derrota perfecta? Porque pese a contar con vastos recursos económicos y mediáticos, con apoyos internacionales que potenciaban sus actuaciones y mensajes, y con equipos bien entrenados para la acción electoral, no pudo alcanzar la victoria. ¿Dónde estuvo la falla? En un liderazgo que, aun cuando se empleó a fondo y demostró coraje, no contó con el tiempo suficiente para cuajar como realidad. Tan solo se evidenció como promesa, lo cual no fue suficiente para enfrentar a un lÃder de la talla de Chávez que, para la mayorÃa de los venezolanos –como quedó demostrado en las urnas–, posee singulares dotes de preparación y experiencia. Porque además, la propuesta programática de Capriles naufragó en un mar de contradicciones, de evasivas, de ausencia de definiciones, lo cual confundió al electorado. Y, por último, porque la estructura montada careció de arraigo, no tuvo capacidad para ir más allá de sectores sociales cautivos, y su esfuerzo movilizador fue neutralizado por la poderosa estructura montada por el chavismo.
Pero quizá lo más importante del episodio electoral del pasado 7 es que el en apariencia inexpugnable muro de la polarización fue taladrado tan pronto se conocieron los resultados. No se trata de una aseveración temeraria de mi parte o de una observación apresurada. Considero que la victoria y la derrota perfectas sirvieron para colocar al liderazgo ante la necesidad de reconocer la realidad: un chavismo poderoso y una oposición que mejoró logros anteriores. El vencedor, al amanecer el pasado lunes, reconoció sin arrogancia la importancia cuantitativa de la oposición, la necesidad de tender puentes hacia el otro sector del paÃs que sufragó diferente, el cual, a su vez, reconoció a la mayorÃa, demostrando con ello disposición a asumir lo sucedido en términos democráticos.
Estoy seguro que si actualmente se hiciera un sondeo nacional la respuesta popular serÃa de satisfacción, de alivio por el resultado electoral y de gran tranquilidad. Ha brotado una nueva esperanza, no por una sola vÃa sino compartida tanto por la mayorÃa como por la minorÃa, tal como lo demuestra la reacción de ambos factores que rechazan....>