Cuentan de Napoleón que en una ocasión, en la que uno de sus ayudantes le preguntó qué cualidades deseaba que tuviera el general que iban a elevar a la condición de mariscal, el Divino Corso, sin pestañear, afirmó: ‘¡Buena suerte!’.
La suerte es determinante en la vida. A menudo más que la inteligencia, la laboriosidad o la constancia.
También en Política y se ha convertido en lugar común en la española atribuir el apabullante éxito de Isabel Díaz Ayuso a la fortuna.
Es cierto que la presidenta madrileña siempre cae de pie, pero cuando eso no sucede una vez, sino reiteradamente, no cuela atribuirlo a la chiripa.
Y repasando esta mañana la hemeroteca de Periodista Digital, he descubierto que Ayuso, en los cinco años que lleva en el poder, se ha pasado por la piedra a la friolera de 15 rivales políticos, incluido el pelanas Pablo Iglesias.
A tres años de las próximas elecciones autonómicas y con mayoría absoluta, Ayuso se ha quedado sola en la Asamblea de Madrid y debe estar partiéndose la caja de risa, viendo como se descomponen primero Más Madrid, erosionada por los vicios de Errejón, y ahora el PSOE, hecho pedazos por el vodevil de Lobato.
No quiero ni imaginar como tendrá de apretado el trasero el ministro Óscar López, sólo de pensar la que le espera si cuajan los planes de Sánchez y termina sustituyendo a Lobato como secretario general del PSOE madrileño.
Volviendo a Lobato, que este viernes peregrinará al juzgado a enseñar los whatsapps de La Moncloa que llevó al notario y que ha prometido viajar después a Sevilla a defenderse en el Congreso Federal de la campaña de acoso y derribo que los sanchistas han desatado contra él, creo que se están publicando muchas inexactitudes sobre el personaje.
La más escandalosa es que es ‘honorable’. La más extraviada es que planta cara a Sánchez.
Muy honorable no puede ser un tipo que miente como un bellaco, cambia de versión cada cinco minutos y que además participó del juego sucio de su jefe contra Ayuso, exhibiendo en la Asamblea el ‘mail’ que había filtrado el Fiscal General, siendo plenamente consciente de que era un delito.