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La calle de Almagro, en Madrid, enlaza la plaza de Alonso Martínez con la glorieta de Rubén Darío. Pertenece al distrito de Chamberí, un barrio castizo y divino, lleno de vecinos con hambre descansada. Es una calle con algunos de los edificios más bonitos de Madrid, como ese en el que vivía Leonor Watling en la película ‘Hable con ella’, de Almodóvar, y el hotel Santo Mauro. Es también donde se sientan casi a diario algunos de los cuerpos más jóvenes y bellos del barrio y donde comió Alberto Núñez Feijóo después de su fallida sesión de investidura. Ayer, a la altura del número dos, un árbol de 20 metros y unos 2.000 kilos mató a una mujer de 23 años, la primera víctima mortal de la borrasca Ciarán.
Ciarán trae viento, lluvia, vuelos cancelados, tráfico imposible y cientos de llamadas a los servicios de emergencias. Y más árboles que se caen, como ese otro que en Barcelona ha provocado heridas de diversa consideración a siete menores y dos adultos dentro de una escuela en Barcelona. El ejemplar -situado en la acera pegada al centro- se partió por la mitad también ayer por la tarde, coincidiendo con la hora de la salida de clase.
Podemos considerarlo una borrasca más, con sus incidencias y sus desgracias. Podemos conectar con algunos de los puntos más destacados del país, donde los vecinos contarán a los periodistas el estado de sus casas, sus coches y sus vidas. Podemos y debemos hacerlo. Como pueden y deben los ayuntamientos investigar sobre lo sucedido, dar el pésame a las familias de las víctimas e interesarse por el estado de los vecinos. Pero también podemos ir un poco más allá.
Podemos reflexionar sobre la importancia de los servicios públicos que gestionan los alcaldes y alcaldesas en España. Porque gestionar implica drenar las alcantarillas para evitar que la lluvia lo inunde todo y que haga falta paraguas dentro de los vagones del metro, que cruzar un paso de cebra no conlleve mojarnos los tobillos. Implica también saber dónde