El socialista Pedro Sánchez pasará a la Historia, además de por la ruina en que dejará España y su afición a la mentira, por haber ayudado más a los terroristas que a sus víctimas, por haberse abrazado a los golpistas catalanes y por haber montado el gobierno más caro e inepto que se recuerda.
Ni la asesina de Ernest Lluch, ni el criminal que baleó a Fernando Múgica, ni los que montaron la matanza de Hipercor, merece estar en libertad, pero a estás alturas, esos facinerosos y muchos psicópatas como ellos -que siguen vanagloriándose de sus delitos-, andarán sueltos por el País Vasco, cobrando una pensión que pagamos nosotros y haciéndose selfies con los tarados locales, que abundan como los hongos.
Si se preguntan cómo es posible una atrocidad semejante, la respuesta es sencilla: lo ha permitido Sánchez, en un siniestro apaño con el proetarra Otegi y el peneuvista Urkullu.
No hay nada que importe más al líder del PSOE que seguir durmiendo en La Moncloa y para poder hacerlo, primero transfirió las competencias penitenciarias al País Vasco y después ordenó a Marlaska trasladar masivamente a los asesinos a las cárceles locales.
Sánchez le ha dado a Urkullu las llaves de las celdas, y el PNV las va abriendo, facilitando que matarifes sin arrepentimiento alguno vuelvan a sus pueblos y sean recibidos como héroes.
Mientras Europa califica los crímenes de ETA de lesa humanidad y reclama que se aclaren los casi 400 sin respuesta, el Gobierno PSOE-Podemos se arrodilla ante los etarras, en un obsceno cambalache político.
Parte del blanqueo es que Bildu escribirá con el PSOE ese engendro antidemocrático que han bautizado como Ley de Memoria Democrática.
Tener un antepasado nazi da vergüenza a un alemán. Pero tenerlo etarra, gracias al PSOE y a Sánchez, se ha convertido en motivo de orgullo para decenas de miles de enfermos morales.
Como rezaba la pancarta que le sacaron este fin de semana a Sánchez en Sevilla. “Que te vote Txapote”.