Sólo un tipo con una falta absoluta de moral, vergüenza y empatía sería capaz de plantarse en el homenaje a quién es la víctima más simbólica y llorada de ETA, justo después de pactar con la banda terrorista, que lo asesinó, el blanqueamiento de su actividad criminal.
Ese tipejo es Pedro Sánchez, quien este domingo estará en Ermua, en el homenaje a Miguel Ángel Blanco, después de toda una legislatura en la que ha mendigado los votos de Bildu cada vez que le ha sido necesario y tras pastelear con los herederos de la banda terrorista la mal llamada Ley de Memoria Democrática, con la que se pretende blanquear la historia criminal de ETA.
Lo va a hacer parapetándose en el Rey Felipe VI, al que desde La Moncloa han asignado el papel de comparsa en el cínico vodevil de este fin de semana.
Y todo sin que los barones del PSOE, los Page, Vara, Lambán y compañía, sin que el alabado Felipe González, y sin que los militantes del PSOE, digan esta boca es mía, por miedo a perder puestos, chupetines y privilegios.
El PSOE está muerto y Sánchez, que esta al mando del negocio, lo sabe.
Y en una cabriola más, pensado en renovar como inquilino de La Moncloa tras las elecciones generales de finales de 2023, no apuesta por revivir el maloliente cadáver, sino por la formula Frankenstein.
Se abraza a los facinerosos por que echa números y todavía cree que sumando a todos, a proetarras, golpistas, zarrapastrosos, chavistas, nacionalistas periféricos, localistas, enchufados, estómagos agradecidos y caraduras quizá pueda llegar a los 176 escaños.
Yo tengo poca fe en la ciudadanía, pero espero que, ante la urna, cuando llegue el momento, los españoles demuestren un poco de cordura.