Todo se ha consumado.
Joe Biden está de vuelta en la Casa Blanca, con Estados Unidos inmerso en la mayor crisis del siglo; Boris Johnson ha aterrizado en Londres, donde le sacuden hasta sus cofrades del Partido Conservador, Macron pasea por el Elíseo, viendo como lidia con la pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional; y Erdogan saca pecho en Turquía, satisfecho por los goles que ha metido a los aliados de la OTAN y a la espera de que Suecia empiece a enviarle, atados de pies y manos, activistas kurdos.
La imagen de la Cumbre de Madrid ha sido estupenda, los Reyes han salido muy guapos, los cuadros del Museo del Prado lucían espléndidos, la organización ha sido impecable y la ‘marca España’ ha recibido un chute, pero acabados los fuegos artificiales aquí se quedan los problemas de siempre…
Y con una marcada tendencia a empeorar. El país está viviendo a crédito, pegándose una fiesta que no puede pagar, entre otras razones porque hemos dejado de ser un pueblo laborioso, arrastramos una deuda descomunal y estamos gobernados por incompetentes.
Y para colmo, los precios están disparados por encima de los dos dígitos.
Las fotos de la cena en el Prado servirán para que el matrimonio Sánchez, cuando los echemos de La Moncloa, las exhiba en el salón de su millonaria mansión, cuando quieran presumir ante los amiguetes que han colocado en las empresas públicas o ayudado a forrarse haciendo de lobistas y montando negocios turbios con la Venezuela chavista.
Cada vez es mayor el descrédito de nuestras instituciones, no hay respeto por las reglas del juego y en un desesperado intento de remontar en las encuestas, Sánchez y su corte de 22 ministros y 2.000 asesores apuestan sin decoro por las subvenciones y la compra de votos al estilo peronista.
Todo en Sánchez es mentira y cartón piedra, pero nada de lo que acabo de enumerar me ofende realmente.
Lo que me preocupa, me indigna y me entristece, es que que este tipo, encima, se abrace al partido sucesor de los secuestradores, torturadores y asesinos de un millar de españoles, incluidos dirigentes socialistas.
De todas las canalladas de Sánchez, la peor es la de entregar a la ETA la redacción de la historia de sus víctimas, que somos todos los españoles.