A los últimos inmigrantes en llegar al CETI se les nota: las recientes huellas de las concertinas lo dejan claro. Deivid nos enseña la tarjeta que le permite entrar en el centro: "estoy muy bien", nos cuenta, a pesar de que dentro la saturación es total. Porque la capacidad máxima es de 480 personas, pero ahora mismo hay más de mil cien. El CETI funciona como una pequeña pero superpoblada ciudad: El lavadero a tope durante la mañana, la ropa secándose al sol, hay guardería para los más pequeños. Y una música nos llama la atención, sale de la habitación de Maurum, convertida en una tienda con casi de todo: lleva aquí 7 meses. Es un tiempo medio de estancia, porque a medida que unos llegan otros se marchan. Como Edith y su hijo. Se van a otro centro a la península. Y aunque sin papeles se quedarán en España.