Un año después del final de la tercera guerra civil que asoló la República Centroafricana, una precaria calma reina en Bangui, la capital del país. A pesar del alto el fuego firmado en julio y de la presencia de tropas internacionales, las tensiones siguen vigentes.
En el hospital general de Bangui, los equipos de la ONG Médicos sin Fronteras (MSF) no bajan nunca la guardia, como explica Marine Monet: “A veces nos llegan dos o tres pacientes al mismo tiempo. Está bastante tranquilo últimamente, pero tenemos este tipo de pacientes con heridas de arma de fuego y arma blanca cada día”
Las masacres que siguieron al golpe de Estado de 2013 han dejado huella. Los hombres de Seleka, la coalición rebelde con un fuerte componente musulmán y dirigida por Michel Djotodia, participaron en atrocidades sin precedentes contra los civiles no musulmanes.
Las milicias de autodefensa cristiana ‘Anti-Balaka’ respondieron a las agresiones, atacando a su vez a los musulmanes. Siguieron nuevos horrores. El conflicto ha dejado unos 5.000 muertos y más de 800.000 desplazados. Algunos han permanecido en el país y otros han huido al extranjero.
Una gran parte de las comunidades musulmanas han sido empujadas hacia el este. La mayoría no musulmana de la población se concentra en el oeste y en la capital.
En el campamento de M’Poko, próximo al aeropuerto de Bangui, había más de 100.000 desplazados en el punto álgido del conflicto. Muchos marcharon al exilio y pocos pudieron regresar a sus hogares. Los miembros de las comunidades no musulmanas de Bangui huyeron de las exacciones impuestas por los antiguos Seleka.
“Se han destruido casas, hay otras quemadas, saquearon a la gente. Los que están en el campamento de M’poko, los 20.000 desplazados actuales, no tienen techo, no tienen refugio. Sufren, no tienen nada. Eso es lo que les impide regresar a sus hogares y también la inseguridad que hay en este momento en el país “, explica Bertin Botto, coordinador del campamento de M’Poko.
Hay mucha inquietud en el campamento de M’Poko, que el Gobierno pretende levantar. El reparto de alimentos se ha detenido y la precariedad aumenta. El hospital instalado por Médicos sin Fronteras solo puede ofrecer uno de los pocos apoyos a los desplazados y la situación sanitaria es alarmante
En el oeste del país el 90 por ciento de la población musulmana fue expulsada por las milicias ‘Anti-Balaka’ como respuesta a las masacres perpetradas por los Seleka. Los que se quedan se han refugiado en los escasos enclaves protegidos por la MINUSCA, la fuerza de la ONU en la República Centroafricana.
En la ciudad de Carnot, en esta iglesia, unos 600 musulmanes han estado esperando durante meses para poder volver a sus casas. Nadie se aventura a ir demasiado lejos por temor a ser atacado. El alcalde de Carnot se esfuerza por restablecer la calma en la ciudad, junto con las principales figuras de todas las comunidades y los líderes ‘Anti-Balaka’.
A unas pocas decenas de metros de la iglesia, las casas de los musulmanes desplazados han sido ocupadas; una precaución contra los saqueadores e incendiarios, según el alcalde Pierre Dotoua. “Hicimos todo lo posible para conservar estos edificios, con el Consejo de Ancianos y los líderes religiosos. Estas casas son propiedades privadas; incluso si los propietarios no están allí, hay que mantenerlas siempre, hasta la reconciliación.”
Una reconciliación muy esperada porque la actividad económica está prácticamente paralizada. La endémica situación nefasta de la sanidad nunca ha sido tan desastrosa. Aquí como en otras partes del país, MSF sustituye a los deficitarios servicios públicos de salud.
La malaria, las infecciones respiratorias o el SIDA están a la orden del día en el hospital en Carnot. Los casos de desnutrición infantil son cada vez más comunes.
El pediatra de MSF Justin Oladedji explica los cambios que ha habido con la disminución de la violencia. “Durante los acontecimientos recibimos menos casos porque los padres estaban desplazándose, otros estaban en el bosque y otros trataron de esconderse. La situación no les permite cultivar sus cosechas, lo que hace que los niños no tengan suficiente para comer. Y desde que hay algo de calma, hemos comenzado a recibir más y más casos.”
La pobreza contrasta con la riqueza mineral de la región, que dependía en gran parte de la industria del diamante. A pesar del embargo internacional, la exportación de joyas centroafricanas continúa para el beneficio de traficantes de todo tipo. La delincuencia se ha convertido en algo común.
En la carretera que se extiende desde el oeste hasta la frontera con Camerún, los convoyes comerciales y humanitarios son saqueados regularmente.
En Berbérati la muerte constituye una amenaza diaria y las necesidades de salud son enormes, como explica el director del hospital general de la segunda ciudad más grande del país. “Hoy en día, la gente viene mucho más al hospital porque es gratis. Antes, cuando no lo era, preferían hacer tratam