La región de Soma vive hoy sumida en un inmenso cortejo fúnebre.
Los entierros de los 282 trabajadores cuyos cuerpos ya han sido recuperados de la mina tras el accidente ocurrido el martes, se suceden en los pueblos de la zona.
Las excavadoras ha logrado terminar a marchas forzadas decenas de nichos donde los familiares de las víctimas entierran a sus muertos en ceremonias colectivas.
Pero aún quedan muchas familias sin poder enterrar a los suyos. En el interior de la mina un número indeterminado de trabajadores siguen atrapados; las autoridades se niegan a dar cifras para evitar, dicen, que se haga un uso político de ellas.
Los equipos de rescate han explicado que el fuego sigue, aunque ya está controlado. Y en un ejercicio de fe, continuan inyectando oxígeno en el interior, por si aún quedase alguien con vida allí abajo.
El dolor se mezcla con la rabia ante un desastre que, muchos sospechan, podría haberse evitado.