Vladimir Putin ha empezado el año en Volgogrado, visitando los lugares donde a principios de semana dos atentados suicidas dejaron 34 muertos y decenas de heridos.
Se ha acercado hasta el hospital, para saludar a algunos de ellos.
Y se ha reunido con responsables locales de la lucha anteterrorista.
Horas antes, en su discurso de fin de año, el presidente ruso había prometido combatir el terrorismo sin piedad hasta su completa aniquilación.
“La vileza de los crímenes cometidos aquí en Volgogrado no precisa comentarios adicionales. Sean cuales sean los motivos de sus autores, los crímenes contra civiles, en especial contra mujeres y niños, no tienen justificación alguna”.
Los ataques contra una estación de tren y un trolebús en esta ciudad del sur del país han desatado todas las alarmas un mes antes del comienzo de los juegos olímpicos de Sochi, a los pies del Cáucaso. Tras veinte años de violencia en la zonal, el terrorismo islamista continúa siendo una pesadilla para el Kremlin.