La historia del rescate con perros de aludes se remonta a 1937. El primer rescate del que se tiene constancia documental fue el de un niño sepultado en el que un perro no adiestrado marcó, por iniciativa propia, la posición del pequeño que pudo, de esta manera, ser localizado y rescatado. Dentro del campo del perro de rescate hay dos variantes bien diferenciadas: los perros de rastro y los perros de venteo. Un perro de rastro es aquel que trabaja con un olor de referencia, un único olor del propio desaparecido, teniendo que discriminar el resto de olores. Estos perros son guiados mediante correa y siempre llevan la trufa pegada al suelo para captar las moléculas y partículas de olor de la propia persona, así como el rompimiento del terreno que ésta ha dejado al andar. Las razas predominantes para este trabajo son el sabueso, el beagel, o el bloodhound, entre otras.