Diego Pablo Simeone (Buenos Aires, 1970) cambió de pronto las botas por el banquillo. Todo lo que había experimentado y aprendido en dos décadas como futbolista lo está aplicando ahora detrás de la barrera. Una barrera que cruzó de manera natural, porque quizá siempre -incluso desde niño- su destino le empujaba a ser entrenador. Es Simeone un técnico con un presente brillante y un futuro potencialmente espectacular.
Nació como futbolista en el Vélez Sarsfield argentino y fue creciendo a medida que consumía kilómetros. Le echó coraje y saltó a Europa, haciendo escala en el Pisa italiano, saltando desde ahí al Sevilla, preámbulo de su apasionado idilio con el Atlético de Madrid.
En el Calderón probó el éxito y plantó una semilla que agarró fuerte en el césped colchonero. Viajó a Italia, volvió a Madrid, regresó a Argentina y es allí donde se produjo la metamorfosis: de jugador a entrenador. Reprodujo el camino que recorrió como futbolista y consolidó su relación con el Atlético.
Jugador de entrega incontestable, como entrenador es tan exigente como lo que se exigió a sí mismo cuando le daba patadas al balón. El Cholo se ha convertido en un icono rojiblanco y en todo un coleccionista de títulos. Y los que faltan por llegar.