La adicción a la heroína (opiáceos) es vista por mucha gente como un problema estrictamente social o de carácter, y desde estas premisas se suele caracterizar a los adictos a esta sustancia como personas moralmente débiles o con tendencias criminales. Frecuentemente se cree, de manera errónea, que los adictos a la heroína serían capaces de abandonar el consumo si estuvieran dispuestos a cambiar su conducta.
Por otro lado, muchos piensan que, así como el adicto lo es simplemente porque ha decidido consumir demasiada heroína, la adicción a la heroína es simplemente un consumo demasiado alto de heroína. Pero científicos, médicos y psicólogos coinciden de manera contundente en diferenciar el abuso de la adicción a la heroína. Las investigaciones demuestran que la adicción, al contrario que el uso o incluso el abuso de heroína, no es un problema de libre decisión. La adicción comienza cuando hay un abuso de heroína, es decir, cuando el consumidor decide “conscientemente” administrarse heroína de manera repetida y habitual. Pero no es solo eso. La adicción a la heroína supone introducirse en un estado cualitativa y cuantitativamente diferente, un proceso de consumo compulsivo de heroína y de daños a nivel del tejido cerebral.
Por tanto la adicción a la heroína, más allá de consideraciones morales o sociales, es una enfermedad tratable, una dolencia. La adicción es una enfermedad del cerebro. Porque la heroína no sólo interfiere en el funcionamiento cerebral normal al crear fuertes sentimientos de placer, sino que además tiene efectos a largo plazo en el metabolismo y la actividad del cerebro. En un determinado momento del consumo o del abuso de heroína, se producen cambios cerebrales que convierten el abuso en adicción, en enfermedad. Así, los adictos a la heroína sufren un intenso y compulsivo deseo de esa droga (craving) y no pueden abandonar el consumo por sí mismos.