Todos nuestros procesos cerebrales (cognitivos y emotivos) están dirigidos por neurotransmisores. El organismo los produce a partir de unos determinados aminoácidos, llamados precursores.
Paradójicamente, el triptófano, aminoácido precursor del neurotransmisor encargado del sueño y de la estabilidad emocional (serotonina), no atraviesa la barrera hematoencefálica al ingerir proteínas, aunque esté contenido en éstas, porque siempre llegan antes los aminoácidos precursores de los neurotransmisores activadores (tirosina y fenilalanina) y los aminoácidos neutros. Esto impide que el triptófano acceda al cerebro y que se eleven significativamente nuestros niveles de serotonina. El triptófano llega al cerebro cuando se ingiere un alimento con una cantidad prácticamente nula de proteínas y rico en carbohidratos de alto índice glucémico. Por eso, cuando comemos dulces, patatas, pan o pastas, si no tomamos una cierta cantidad de proteínas, el aletargamiento será doble: por un lado, el producido por la bajada de la glucosa sanguínea, y por otro el provocado por el acceso del triptófano al cerebro, ahora no dificultado por los otros aminoácidos, que va a elevar significativamente nuestro nivel de serotonina, la cual nos va a incitar a descansar y no a forzar el intelecto.