Lo del Franco, el uso masivo del francomodín como ‘ungüento amarillo’ para los momentos de crisis y táctica electoral, refleja dos cosas.
Una es que este país llamado España se ha agilipollado bastante.
Otra, que al socialista Sánchez y a la patulea progre que le arropa, les falta un tornillo.
Franco, que este 4 de diciembre hubiera cumplido 132 años, nació en el Siglo XIX, cuando Cuba y Filipinas eran todavía provincias españolas.
Gobernó estos lares, al principio con mano de hierro y después con mano blanda pero sin que nadie le tosiera, casi 36 años, diez menos de los que llevamos en democracia y más o menos los mismos que lleva el PSOE okupando La Moncloa y llevándoselo crudo.
Y murió Franco apaciblemente en la cama hace ya medio siglo, en uno de los 12 grandes hospitales de la Seguridad Social que había mandado construir.
Y para celebrar ese fallecimiento ‘natural’, los mismos que promueven pasar página con ETA, porque la última vez que asesinaron sus pistoleros fue hace 15 años, van a celebrar 100 actos conmemorativos.
100 actos que se sufragarán con los impuestos del sufrido contribuyente y a los cuales acudirá como un clavo el marido de Begoña a hacerse fotos y posar para RTVE.
Ignoro si entre los planes de estos tarados se incluye que Correos lance un sello, Loterías realice un sorteo especial o que en algún lugar destacado, como podía ser la madrileña Calle Ferraz, junto a la sede-puticlub del PSOE, se levante un monumento a la tromboflebitis que fue lo que terminó matando a Franco.
Para que los socialistas se enteren, porque hay mucho despistado y bastante analfabeto entre sus votantes, a Franco no lo echaron del poder ni los sindicatos comegambas, ni la revolución popular, ni por supuesto el PSOE, que entre la gestión asesina de las checas durante la República y su vuelta a la legalidad en 1977, estuvo 40 años de vacaciones.
Lo de sacarlo a pasear ahora, como pretende Sánchez, sólo responde a una cosa: un intento desesperado de tapar la corrupción.
Anda el marido de Begoña que no le cabe un cacahuete a martillazos. Y cree, porque eso le han dicho sus gurús, que agitando el fantasma del Caudillo la gente se olvidará de las pifias de su mujer, de las trapacerías de su hermano, de las mangancias de sus ministros, de las acusaciones de Aldama, de los delitos de su Fiscal General y de su bochornosa fuga de Paiporta.
Francomodín para tontos como único recurso ante tanta adversidad.