A la par de la pandemia por el nuevo coronavirus, la humanidad se enfrenta a una nueva realidad que no solo estriba en retomar el ritmo de las actividades laborales, escolares y comerciales, y las nuevas maneras de lidiar con la enfermedad que forman parte de esa normalidad relativa, sino también en una incipiente carrera por la inmunización que trae consigo las viejas prácticas de control y poder por parte de las potencias y los arquitectos del sistema mundo.
Las primeras fases de la inmunización de rebaño, cifran sus esperanzas en la efectividad de las vacunas contra la COVID-19, pero ¿realmente serán cubiertas todas las dosis? esto si se toma en cuenta que países como Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea, ya habrían acaparado gran parte de la demanda, apelando al privilegio del establishment para alzarse con la preferencia sobre las primeras vacunas, en este caso de Pfizer-Biontech, Moderna y Oxford/AstraZeneca, aparcando la Sputnik V, para no dar crédito a las bondades de la vacuna rusa, por un asunto de geopolítica. Lo único novedoso el virus, el poder es el mismo.
En esa premura por aplicar las vacunas, Canadá encabeza la lista con vacunas suficientes para vacunar cinco veces a cada canadiense; Estados Unidos asegura que puede obtener más de 300 millones de dosis para junio de 2021; la Unión Europea acordó con Moderna adquirir hasta 160 millones de dosis y también comprará 200 millones de dosis de Pfizer-Biontech; Reino Unido ordenó 40 millones de dosis; Japón planea comprar vacunas para 145 millones de personas, y Australia administrará 40 millones de dosis de Novavax; indicadores que comprueban quienes tienen su boleto dorado y exprés para alzarse con las primeras muestras.
La guerra de vacunas, no solo promueve el acaparamiento y selectividad en la entrega de las mismas, sino que también profundiza la discriminación y desigualdad por parte de las autoproclamadas potencias mundiales, y un claro ejemplo es el sionismo israelí, donde solo ha enviado dosis COVID-19 cientos de kilómetros a asentamientos ilegales en Cisjordania, negando la ayuda humanitaria a más de 2,7 millones de palestinos que viven a su alrededor; y como frutilla del pastel de la infamia, según la ONU en el sistema penitenciario israelí la instrucción es que los presos palestinos tampoco deben ser vacunados.
Otra cara de la moneda, exhiben países como Venezuela y México, el primero pese a las sanciones unilaterales de Washington y sus aliados, ya inició un plan de vacunación contra la COVID-19 con la Sputnik V, que garantiza de entrada la inmunización del personal médico al frente de la primera línea de combate contra la pandemia. Mientras en México, la administración de AMLO, los militares se encargaran de la distribución de vacunas para los casi 130 millones de habitantes mexicanos a finales de 2021.
La desigualdad en la distribución amenaza con que se repita la historia de 2009, cuando las vacunas contra la gripe A-H1N1 no lograron llegar a los países más pobres sino hasta mucho después de que terminara la crisis. Aunque hasta el presidente del Banco Mundial, Werner Hoyer, denuncia que la falta de plan de vacunación a las mayorías, los países ricos ya han sacado cuentas, sin importar que las carencias de las naciones más vulnerables que exhiben una deficiente infraestructura que pone en jaque la cadena de refrigeración esencial para preservar vacunas, ni hablar de la corrupción y el negocio que se pretenda extraer bajo el eufemismo de “salvar vidas”.
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