La Rusia de Putin ha vuelto a contraprogramarse a sí misma. Mientras que sus aliados y tentáculos propagandísticos hablaban de diálogo y paz, sus terminales militares imponen el terror en las ciudades ucranianas. Es el manual clásico de negociación del régimen, como advirtió la primera ministra estonia, Kaja Kallas, cuya familia fue víctima del estalinismo. Primero, imponer condiciones de máximos aunque parezcan imposibles de cumplir. Segundo, usar un ultimátum. Después, amenazar e intimidar.
Moscú ha atacado este lunes Ucrania con más de 40 misiles de varios tipos, incluyendo de crucero y balísticos, los temibles Kinzhal causando más de 20 muertos hasta el momento. El uso masivo de estos terrores tecnológicos tiene una razón: así se saturan las defensas antiaéreas y es mucho más difícil derribarlos por la sincronía con la que irrumpen sobre las ciudades. Varios barrios céntricos de la capital sufrieron daños. A lo lejos, Kiev presentaba un aspecto desolador, con múltiples columnas de humo negro en su horizonte. Los kievitas bajaron de nuevo a los sótanos y al metro, el refugio más seguro, igual que hacían los londinenses ante los bombardeos nazis.