En la cruel batalla por hacer el mejor juego de El Señor de los Anillos hay despropósitos peores que Gollum, éxitos de la talla de las películas de Peter Jackson, y rarezas que son aún más importantes de lo que parecen a simple vista.
Durante muchos años nadie sabía muy bien qué hacer con los derechos de unos libros que, pese a haber cosechado un gran éxito en su formato original, no terminaban de triunfar en ningún otro formato. Tal y como decía el propio Tolkien, era una historia inadaptable.
Se había intentado con programas de radio, series de televisión, películas animadas, acción real, videojuego, pero nadie conseguía rentabilizar El Señor de los Anillos de la misma forma que había hecho Tolkien con sus libros.
Pero cuando Peter Jackson se animó a hacer las películas para demostrar lo que su compañía de efectos digitales podía llegar a conseguir, El Señor de los Anillos se convirtió en un pelotazo tremendo, y a todos los que se habían sentado sobre sus derechos sin aprovecharlos les entró el “corre que me cago”.
Esta es la historia de cómo se gestó ese cambio y, sobre todo, de cómo una franquicia multimillonaria pasó de ser una maldición a convertirse en la excusa perfecta para crear la mejor adaptación de cine a videojuego que se había visto hasta el momento.