No comparto la tesis del polaco Kapuscinski, según el cual, para ser buen periodista, hay que ser ‘buena persona’.
Podría citarles media docena de casos, pero a botepronto me viene a la memoria Pedrojota, que es un periodista de raza, de primera, aunque carece de código ético y nunca ha sabido lo que significan términos como lealtad o coherencia.
Hay mucho malandrín, facineroso e infame en esta profesión, pero de buena se ha librado el Periodismo patrio con el suspenso de Pablo Iglesias.
Menos mal que el consorte de Irene Montero, fundador de Podemos e imaginario azotador de Mariló Montero, se ha llevado un humillante revolcón en su pretensión de convertirse en profesor en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, porque sólo le faltaba a esta profesión tan divertida y desventurada, que el chavista Iglesias tuviera en su mano la potestad de decidir quien recibe título y quien no, para ejercer de reportero.
Me ha sorprendido la encendida defensa de los méritos del pájaro que ha hecho Arturo Pérez-Reverte, pero los caminos del Señor son insondables.
Comenta mi amigo Alfonso Ussía, que quizá se deba a la influencia de Luis María Ansón, con quien comparte Reverte sillón en la RAE, pero creo que los tiros van a más por el lado de Angelines Barceló, la señorona de la Cadena SER que agarraba de la manita a Iglesias cuando Rocío Monasterio lo echó del estudio.
Puede ser también simple confusión, porque soy plenamente consciente de que Reverte es honesto hasta tuétano, nunca tuvo un móvil que pagasen los ayatolás iraníes, jamás ha respaldado a torturadores venezolanos y considera una aberración eso de que la existencia de medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión.
En cualquier caso y digan lo que digan Reverte, Ansón o Barceló, bien suspendido queda Iglesias.
Cambiando tema, ya saben que el preacuerdo cerrado entre Feijóo y Sánchez consta de dos etapas: primero, cambio de nombres en el Consejo General del Poder Judicial y en el Tribunal Constitucional y segundo, un cambio de modelo para dotar de mayor independencia a los jueces a la hora de elegir a los miembros de sus principales organismos.
Me parece que el PP juega con fuego, porque confiar en la palabra del líder del PSOE es un ejercicio de alto riesgo.
No descarten que una vez renovado a su gusto el Consejo General, Sánchez se niegue a cumplir su promesa de cambiar el modelo de elección, algo para lo que PSOE y PP se han dado un plazo de seis meses.
Antecedentes hay, porque de los cinco acuerdos que ha cerrado Sánchez con el principal partido de la oposición, todos cuando mandaba Pablo Casado, cuatro han acabado mal para los populares.
Cito de memoria: el presidente de RTVE, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, y la Agencia de Protección de Datos.
Como les decía ayer, lo único bueno para España, a estas alturas, es que Feijóo no le de a Sánchez ni agua.