Seguro que ya han visto en Periodista Digital ese vídeo en el que Pepe Alvarez, líder de UGT, el de los pañuelos de colorines, el que nunca ha dado un palo al agua, afirma que le importa un comino la crisis y que los sindicalistas como él deben disfrutar del verano.
Son 30 segundos de obligada visión, porque resumen la magnitud de la estafa de los llamados sindicatos de clase.
Hace tres meses, cuando los transportistas se pusieron en huelga, corrió como la pólvora por WhatsApp una viñeta magistral.
Tenía como protagonistas al tal Alvarez y a Unai Sordo, secretarios generales respectivamente de UGT y CCOO.
Ambos aparecían muy indignados por el paro del transporte, encima de un texto donde afirmaban: “No nos llega el marisco”.
Suena a chiste, pero desgraciadamente no lo es.
Estos jetas, uno socialista y otro comunista, son los mismos que en febrero de 2017 convocaron cuatro jornadas de protesta consecutivas contra el incremento del precio de la luz -que por aquellas estaba cinco veces más bajo que ahora- acusando a Rajoy de haberse vendido a las eléctricas y de obligar a miles de familias españolas a elegir entre comer o encender la calefacción.
Son los mismos que con el Gobierno Sánchez han visto triplicadas sus subvenciones.
Son la UGT y Comisiones Obreras que, en octubre de 2021, junto a Bildu, PNV y Podemos, marcharon por San Sebastián a favor de los terroristas de ETA todavía presos.
Son los que dos meses después se manifestaron en Barcelona, junto a golpistas e independentistas, contra la sentencia que obliga a las escuelas catalanas a dar un 25% de las clases en castellano.
Y que después lo hicieron en Madrid, reuniendo apenas 500 paniaguados, para defender la tesis de Sánchez, de que no es posible bajar los impuestos de la luz y las carburantes.
Lo de estos comegambas sindicales es muy ridículo y muy chusco, pero sobre todo… es muy indecente.