Joe Biden y sus colegas de la OTAN ya se han vuelto a sus casas y tras los fuegos artificiales y la buena imagen que Madrid dio en la Cumbre, aquí volvemos a los problemas de siempre. Y agravados. Hasta la propia vicepresidenta Calviño, la que decía que la inflación era transitoria y presume de cifras de paro, anuncia que vienen "trimestres duros".
En la economía, todos los datos son adversos: los tipos de interés ya han empezado a elevarse, hasta en 1200 euros anuales las hipotecas variables; el gas, la luz y el combustible no moderan sus subidas y el modesto espejismo laboral de junio, con tres veces menos empleo creado que hace un año, no borra la sensación de que España vivirá un otoño nefasto de estanflación y recesión.
En el seno del Gobierno hay mucho barullo, en esta ocasión a propósito de los gastos en Defensa, pero no hay riesgo de divorcio entre PSOE y Podemos. Les unen el interés, los cargos, los sueldos y los chupetines. El desplome de la izquierda parece evidente: los últimos sondeos, dan ya una ventaja de 40 escaños a Feijóo sobre Sánchez y reflejan un fenómeno que ya se constató en Andalucía: hay trasvase de voto moderado del PSOE al PP.
Con los precios disparados, las hipotecas al alza y la inflación comiéndose los sueldos de la gente, la cosa no se presenta placentera para Sánchez y sus compinches, pero lo más probable es que se agarren a los cargos como el guacamayo a la percha.
Sánchez, que es más presumido que un 8, quiere ejercer la Presidencia de la Unión Europea, que por turno toca a España en el segundo semestre de 2023. Y por tanto, no convocaría elecciones generales antes de las Navidades del próximo año.
Eso en teoría, sobre el papel, pero la situación económica empeora y no hay que descartar que, para salvar los muebles, en una jugada sorpresa, Pedro Sánchez intente una jugada a la desesperada y convoque generales en mayo del año que viene, coincidiendo con las autonómicas y municipales.