Necoclí (Colombia), 24 may (EFE)(Imágenes: Juan Diego López).- En el puerto colombiano de Necoclí, primer paso de la entrada migratoria a Centroamérica, ningún niño llora. No se oyen quejidos ni tampoco risas, y los pequeños se encuentran quietos, pegados a sus madres y mirando a su alrededor con aires demasiado adultos.
Anahí, una bebé de dos años de padres haitianos mantiene la mirada fija, enajenada, en el barco, mientras su madre trata de acomodarla entre sus piernas y situar a su hermana mayor en el asiento al lado.
Parecen serenas, sin miedo, mientras Anahí espera el biberón, mecida por el silencio tenso del resto de pasajeros, la mayoría haitianos como ellas, y el vaivén de la barcaza en la que van a atravesar el golfo del Urabá, en la última etapa de Colombia hacia Panamá por la peligrosa selva del Darién.
El barco -el puerto, el pueblo- está lleno de niños, bebés incluso, que llevan ya muchos kilómetros a sus espaldas desde que comenzaron su viaje en Brasil y Chile.
Pero aún les quedan muchos más hasta México o Estados Unidos y atravesar por el único rincón del continente no conectado por la carretera Panamericana, una selva espesa y montañosa a merced de mafias, narcotraficantes y paramilitares.
La cantidad de niños y adolescentes que cruzan se ha multiplicado por más de 15 en los últimos cuatro años, según alertó recientemente Unicef. De 109 que pasaron en 2017 a los 3.956 que lo hicieron en 2019 y 1.653 en 2020.
De momento el barco es tranquilidad, comodidad. Nervios disimulados mientras las familias meten su equipaje en bolsas plásticas para que no las moje el oleaje y acomodan a los más pequeños en arneses en el pecho. Alguno sonríe en instantáneas que retratan sus últimos momentos en Colombia.
"NO HAY TRABAJO"
Jobi camina con paso firme, preguntando en los quioscos del puerto de Necoclí, y con prisa vuelve a la casa donde se hospeda con su familia: una mujer embarazada, un niño de 6 años y una bebé de 8 meses.
Como muchos de sus compañeros, llevaban varios años en Brasil, donde nació su segunda hija, pero con la crisis, "por la falta de trabajo", tuvieron que seguir viajando.
Jobi ya lo intentó solo hace unos meses desde Brasil, por el Amazonas, pero cuando estaba en la lancha les atracaron, mataron a uno de sus compañeros y, tras el incidente les devolvieron a Sao Paulo.
"¿A qué hora sale el barco?", le pregunta en portuñol a la mujer que les da alojamiento. "A las 9, pero tienen que estar a las 8.30".
Salen apresurados al mercado a comprar algo de comida, agua y lo indispensable para una caminata por la selva que podría durar hasta diez días, según el dinero que paguen y quienes escogen qué rutas se pueden transitar y cuáles quedan para el tráfico de otras mercancías ilegales.
FAMILIAS DE HAITIANOS
Hasta 2016, la mayoría de quienes pasaban de Colombia a Panamá eran de Asia o África, pero entre ese año y 2020 aumentó el número de cubanos y disminuyó el de asiáticos. Desde 2018 predominan los haitianos, que viajan en familias compl