Buenos Aires, 7 jun (EFE).- Como un eco interminable, el sonido de las voces y los pasos se expande por las paredes del gimnasio de Guido Míguez. Ya no suena música desde los altavoces, los instructores dejaron de impartir sus clases y los vestuarios están vacíos. Ochenta días de cuarentena después, este espacio de más de 1.700 metros cuadrados sigue cerrado. "Estando los gimnasios cerrados, no estamos teniendo ingresos. Estamos manteniendo la situación con nuestros propios recursos y con la ayuda del Estado", afirma a Efe Míguez, director de On Fit, una cadena con ocho sedes situadas en la capital argentina y su área metropolitana.