El acto médico, la mayoría de las veces, concluye con la prescripción de medicamentos, casi siempre, genéricos. El médico al recetar debería tener la certeza de que dos fármacos que dicen que son intercambiables —porque son equivalentes en su forma farmacéutica y en las indicaciones e instrucciones de uso— realmente lo sean. Es decir, el medicamento intercambiable debe demostrar que en la terapia es equivalente al producto de referencia y que puede ser usado en la práctica clínica.
Es necesario no pasar por alto la existencia de componentes adicionales a la sustancia activa; tampoco dar por sentado que todos los medicamentos tienen estudios de intercambiabilidad y bioequivalencia. Eso debe ser demostrado por la autoridad sanitaria. Si eso no ocurre, es obvio que los médicos no podrán informar a sus pacientes sobre los riesgos, reacciones adversas, precauciones, entre otros. Sin esa demostración, es imposible que el propio paciente se decida por un medicamento genérico y que el médico asuma responsabilidad por su uso.
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