Cuando lo único que queda para miles de personas es encomendarse a Jesús, cuando los restos de una bandera se convierten casi en un tesoro, cuando te levantas y ves que, a pesar de los 10.000 muertos estimados, el supertifón Haiyán, destructor, inesperado, y letal ha dejado con vida a otros muchos miles de ciudadanos, más de 10 millones de damnificados, el día a día por subsistencia tiene que empezar a vivirse de otra manera. Decenas de poblaciones están aisladas. Los muertos aumentarán quién sabe aún hasta qué cifra. Otra, empieza a concretarse: la de los 4 millones de niños afectados, miles de ellos ya huérfanos y sin hogar. Mientras la ayuda llega hay que rebuscar entre los restos de lo que antes fueron casas, comercios o restaurantes. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha enviado ya toneladas de galletas energéticas para alimentar a 120.000 personas durante un día además de suministros de emergencia y equipos de comunicaciones. Las embajadas se movilizan. El tifón Haiyan, uno de los peores de la historia, atravesó Filipinas entre el jueves y el viernes dejando vientos de 300 kilómetros por hora. Entre escombros y cuerpos, la zona ahora espera el anunciado paso de Zoraida.