En la Guatemala de hoy, es difícil identificar a un único culpable en la situación que atraviesa el país al inicio del 2019. Los conglomerados llevan sobre sus hombros –figurativamente hablando- la responsabilidad de lo que le pasa a Guatemala en esta era de convulsión. De alguna manera todos comparten la pesada carga del presente, porque en el pasado muchos optaron por el silencio, la omisión de participación y, simplemente, dejaron hacer.
Tan responsables son los miembros del poder republicano –desde el Ejecutivo al Judicial, pasando por el legislativo- como los empresarios, los académicos, los religiosos, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, los grupos de presión y los líderes de opinión. Todos tenemos de alguna forma un pedazo de culpa, unos por acción –afortunadamente los menos, creo- y otros por omisión –la mayoría silenciosa que se ha acostumbrado a no buscase problemas por criticar o defender lo correcto.
Son los abusos y el silencio dos sórdidos cómplices, cuya alianza arrasa sin piedad con el futuro del país. Esas dos actitudes debilitan la institucionalidad y permiten el avance de los vicios de la sociedad moderna a velocidades inimaginables. Se alimentan de ambición y cinismo entre quienes deberían defender la ley y la estructura sobre la cual nuestra sociedad reposa. Pero sobre todo, crecen a la sombra de una masa social poco dinámica, sin mayor interés en participar; es una masa conformista, pasiva, con poco interés en la reacción, no digamos, en la acción.
Aunque los hechos recientes –primer trimestre del 2018 en adelante- hacen pensar en el renacer de la conciencia popular, los intentos por movilizar de nuevo la protesta ciudadana han desfallecido ante la opacidad de la convocatoria y el desencanto de los resultados. Es un poco más de lo que se vive en esas primeras décadas del presente milenio, tiempo en el que la paciencia parece ser el principal ingrediente de una ecuación social indescifrable. Y se impone, por encima de todo, la desconfianza en el liderazgo que convoca a la protesta y que luego se desfigura por su escasa consistencia. .
Volviendo a lo que podemos tocar y ver, hoy flota en el ambiente guatemalteco un aire de frustración. Hay varias condiciones que influyen en esta realidad. Ni todos los problemas nacieron en el régimen anterior hoy encarcelado, ni todas las soluciones son realizables. Como lo he comentado previamente, el país está ahogado en problemas de larga gestión, enraizados profundamente en nuestra forma de vivir. Los principios que orientan nuestra sociedad han sucumbido una realidad que presiona y destruye nuestros valores.