A pesar de que parece un invento relativamente moderno, la metanfetamina cuenta ya con casi un siglo de vida. Creada en 1919 en Japón usando como base la anfetamina, esta droga fue ampliamente utilizada en la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, las interminables horas de guardia y las defensas a ultranza de las trincheras a cualquier hora provocaban un cansancio extremo en los combatientes. En base a ello, muchos países consideraron necesario darles un pequeño «empujoncito» para que pudieran mantener los ojos abiertos durante más tiempo. Entre las naciones que más repartieron la sustancia entre sus militares destacaron Alemania (a pesar de las quejas de multitud de oficiales nazis) y Japón (el país que la vio nacer), donde no era raro que los kamikazes la ingirieran o se la inyectaran en grandes dosis con el objetivo de acudir eufóricos a morir por su país. Posteriormente, y tras la contienda, esta droga fue puesta al alcance del público y comercializada en forma de medicamento. «La droga se usó en descongestionantes nasales e inhaladores bronquiales», explica el «National Institute on Drug Abuse» (NIDA). El problema que tenía esta sustancia para los oficiales nazis era que, a pesar de que tenía efectos muy útiles durante los extensos combates que se vivían en Europa, también producían todo tipo de consecuencia negativas. «Para empezar la metanfetamina provocan alteraciones nerviosas. Es decir, que la persona esté constantemente alerta, en tensión. También existe el riesgo de que una persona sufra un brote psicótico tras tomarla, aunque estos se producen normalmente a largo plazo y cuando el consumo es constante», sentencia Emiliano Corrales. A su vez, tampoco gustaban demasiado a los responsables militares debido a que podían producir alucinaciones en los combatientes. «En personas jóvenes, de 18 años, pueden provocar trastornos severos que se pueden materializar de diferentes maneras. La primera es con alucinaciones visuales (en el caso de los soldados en la Segunda Guerra Mundial, ver por ejemplo a un enemigo que no estaba allí). Por otro lado, también están las alucinaciones auditivas internas (oír, por ejemplo, una voz en tu cabeza que te dice que mates a tu teniente) o externas (escuchar a alguien a tu alrededor, pero mirar y no ver nada», añade el experto español. Los soldados, a su vez, podían sufrir delirios, como bien explica el director de la clínica a este diario: «Los delirios son más frecuentes. Se producen cuando alguien hace una interpretación errónea a algún estimulo externo. Si, por ejemplo, alguien te mira en medio de la calle, tú puedes pensar que puede que te conozca de algo. Alguien con delirios puede considerar que está planeando hacerle algo malo y actuará, por ello en consecuencia. En ese caso, no sería raro que un soldado disparara contra sus propios compañeros»