Adriany cambió su vida cuando se desataron las alergias alimentarias de sus hijos

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“Tú sabes que ella no sabe ni freír un huevo”. Esa fue la advertencia que sus padres le hicieron al novio de Adriany, cuando él pidió su mano en matrimonio. Ella era una publicista entusiasta y tuvo a su marido cocinando durante casi un año, hasta que llegó su primer hijo.
El bebé tenía solo días de nacido cuando comenzó a presentar malestares. Las constantes visitas a clínicas continuaron con su segunda hija. Ambos presentaban cuadros de intolerancias alimentarias. Fueron dos años de emergencia en emergencia. A estas alturas ya Adriany se había visto obligada a renunciar a su trabajo.
“Hay alimentos que definitivamente para ellos son veneno”, dice hoy en día, cuando han pasado más de seis años desde que el médico le habló de condición de su primer hijo.
Ya no le teme a la reacción de sus niños al gluten, azúcar, soya, leche, zanahoria, tomate, cambur, al huevo, cebolla y pare de contar. Tampoco está en su trabajo soñado como publicista en una trasnacional. Pero hoy tiene un negocio propio que le da para vivir y que alivia las angustias de otras madres que, como ella, ven el peligro en los platos de sus hijos.

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