EL ROYAL APRENDERÁ QUE LOS ACONTECIMIENTOS TIENEN UN FIN Y UN PRINCIPIO, QUE SABER LO QUE ES PREVIO Y LO QUE ES POSTERIOR ES ACERCARSE A LA EXCELSITUD DE LA VERDAD COMO REINO.
CUANDO SE CONOCE LA META, ENTONCES SE TIENE DETERMINACIÓN;
CUANDO SE TIENE DETERMINACIÓN, ENTONCES SE TIENE QUIETUD;
CUANDO SE TIENE QUIETUD, ENTONCES DE TIENE TRANQUILIDAD;
CUANDO SE TIENE TRANQUILIDAD, ENTONCES SE PUEDE DELIBERAR;
CUANDO SE PUEDE DELIBERAR, ENTONCES SE PUEDE OBTENER.
El "Da Xue" (Estudio de lo Grande) y el "Zhong Yong" (Acción de lo Interno) son textos de esa egregia cabeza del Sócrates del pensamiento chino clásico que fue Kong Qiu Fu Zi (Confucio, donde Fu Zi significa maestro en chino), escritos por sus discípulos para compendiar las grandes verdades que describen tanto el arte de saber vivir como el de gobernar. Kong Fu Zi estaba emparentado con el fundador de la dinastía de los reyes Zhou, y llegó a ser funcionario de la corte del principado de Lu, aunque lo que realmente le atraía era el gobierno, es decir lo que hoy conocemos como política, llegando a ser lo que hoy identificaríamos como primer ministro, tanto es así que construyó todo un edificio de teoría política como de ética, compendiando los anales del principado en la obra Primaveras y Otoños. Confucio pretendía, sobre todo, educar a través del ejercicio político, pero sostenía que, cuando había motivos para amonestar al gobernante, había que hacerlo como una obligación cívica.
La doctrina del confucianismo es a la vez restauradora y revolucionaria, algo que, como planteamiento, nos parece fantástico así sea en forma de afrontar la vida como el gobierno.
Pues bien, según el confucianismo, cuando alcanzamos el conocimiento del modo más excelso, entonces nuestro pensamiento se torna en auténtico y cuando el pensamiento es auténtico, entonces es posible transformar el corazón. Por eso es muy importante dar a los royales, desde niños, el tesoro de las grandes enseñanzas que brinda la realidad de la vida misma, para que sepan discernir que si muchas serán las miradas que se crucen para contemplarlos como royals, no menos serán las manos que se crucen para señalarlos y para vilipendiarlos a la menor ventolera fatal del destino.
Así pues, que el royal, con su serenísima alteza, sepa conjurar los avatares designados por lo trágico, para que, como poetizaba Confucio, se pueda exclamar: ¡Hurra! los reyes, como los reyes de antes, son siempre de memoria imborrable.