Ser o no ser, es el dilema que siempre han tenido en el corazón los puertorriqueños, si son o no propietarios de su propio país o no.
Y es un sentimiento que lo traen desde raíz, en sus genes, en su alma, desde que nacieron ahí los primeros pueblos originarios.
En 1508, España les robó el corazón, se apropió de la isla y de la libertad de los taínos que ahí vivían. 4 siglos le duró el gusto a la corona española.
En 1989, se armó la grande, entre engaños, sed de colonialismo, y soberbia, Estados Unidos aplastó a España en 3 meses, y como botín de guerra, se embolsó Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico.
Otra vez, los originarios, los lugareños, los puertorriqueños reales o los que aún defendían que eso era de ellos, pues se quedaron con las ganas, pues la soberanía de su tierra pasó a ser controlada por el Congreso de los Estados Unidos, que desde Washington ha controlado su relación con el mundo.
En 1952, tras violentas revueltas nacionalistas, Puerto Rico promulgó su Constitución y Washington, como si le hiciera el favor, le confirió el estatuto de "Estado Libre Asociado", asociado de EE.UU., claro está.
Desde entonces, es un territorio de Estados Unidos pero no incorporado. Es decir, pertenece a Estados Unidos, pero no forma parte de ellos. Es decir, repito es de ellos, para lo que les conviene, y no es de ellos cuando hay que gastar mucho dinero.
De esta forma, Puerto Rico no controla su política de Defensa, ni de Comercio, ni las Relaciones Exteriores, ni la Administración de la Justicia. Tampoco puede elegir moneda, solo obedecen a la política monetaria del "dolarazo", o del "dólar impuesto, boca cerrada".
Así detuvieron a muchos reaccionarios y revolucionarios, libertarios, que consideró el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) como terroristas. Para que así los estadounidenses siempre se den el lujo de tener islas que no les pertenecen.
De esta forma, los ciudadanos de Puerto Rico, a pesar de ser considerados estadounidenses, no pueden votar en las presidenciales de Estados Unidos. En el Congreso estadounidense, los puertorriqueños están representados por un comisionado con voz, pero, claro, sin voto.
Washington tiene la última palabra sobre los asuntos de sus territorios. Los puertorriqueños lo que tienen es autonomía fiscal. No pagan impuestos federales, pero se las arreglan solos en sus dineros locales.
Así han vivido hasta llegar a una crisis insostenible que hoy aqueja a ese que debería ser un país. Puerto Rico, arrastra una gigantesca deuda de 73 000 millones de dólares, cifra impagable para la isla. El 46 % de sus 3 millones y medio de habitantes vive en la pobreza.
El desempleo aumenta y también el éxodo de los que se quieren mudar a Estados Unidos. Puerto Rico no tiene acceso a toda la ayuda federal de la que disponen los 50 estados de EE.UU. Por eso, para muchos, la solución a la crisis, es ser el flamante Estado número 51, de los "United estates".
Este domingo Puerto Rico celebró un referéndum con 3 opciones: Buscar convertirse en el estado número 51; ser un país independiente; seguir igual, con el estatus territorial de la actualidad. El resultado fue que el "Ser Estado 51" ganó con 97 % de los votos.
El problema fue que la participación fue muy baja: 23 %. ¿Quién tiene más poder el Congreso de EE.UU. o el pueblo de Puerto Rico? ¿Qué va a pasar ahora? ¿Por qué EE.UU. pregona independencia, libertad y democracia en otras partes del mundo y no se la da a Puerto Rico?
En Detrás de la Razón, preguntamos. Apoyamos la idea de justicia en cada quién y cuestionamos todo. Los analistas contestan y usted en su casa concluye. Y si la realidad hace lo que quiere, entonces nosotros volveremos a preguntar.
Lo importante es descubrir los ángulos que no dicen los gobiernos ni los medios de comunicación. El análisis, las preguntas y respuestas a las diez treinta de la noche, desde los estudios de Teherán; Londres, siete y Madrid, ocho de la tarde; México y Colombia, una de la tarde.
Por Roberto de la Madrid