Asunción (Paraguay)/ Bogotá (Colombia) 24 may (EFE).- Con la mochila llena de cuadernos y el chaleco salvavidas sobre el uniforme del colegio, Kevin Benítez, un niño de 11 años que vive a orillas del río Paraguay, ha de remar una hora para llegar a su escuela, en Asunción, debido que todo el camino ha quedado anegado por las inundaciones.
Kevin es uno de los cerca de 100.000 damnificados por la subida
que experimentó el Paraguay a su paso por Asunción el pasado mes de diciembre, que inundó barrios enteros de la capital, y a quienes Unicef brinda asistencia a través de sus programas de apoyo en emergencias.
Su caso, que es también el de sus padres y sus cuatro hermanos,
refleja hasta que punto las inundaciones alteraron la vida de los damnificados, ya que todos ellos estuvieron alojados durante un tiempo en una barcaza para escapar de las aguas.
La familia habita ahora en una casa en el Banco San Miguel, una
reserva natural ubicada en pleno humedal sobre el río Paraguay y
desde la que se distinguen, al fondo, los rascacielos del centro de
la capital.
Antes de la crecida, la familia dedicó tiempo y esfuerzo a
levantar un segundo piso en la vivienda, que les permitiera quedar a salvo del agua, que ya les habían obligado a abandonar su casa en dos ocasiones más desde 2014.
Pero fue en vano: a mediados del mes de diciembre, la súbita crecida del río, que en pocas semanas superó en cuatro metros su
volumen habitual en esa época del año, alcanzó también a la nueva construcción, y la familia tuvo que buscar refugio en otro lugar.
El padre de Kevin, que trabaja como vigilante de las barcazas amarradas en un dique cercano, tuvo una idea: le pidió a su patrón
que le dejara refugiarse en una de las embarcaciones, al menos hasta que las aguas volviesen a su cauce.
Fue así como Kevin y sus hermanos cargaron sus camas, algunas
sillas y muebles en una precaria canoa a remos y se trasladaron
hacia el embarcadero, donde se instalaron en una de las barcazas de carga que cruzan el río para transportar mercancías hasta el Puerto de Asunción.
Hace solo unos días regresaron a su hogar en el Banco San Miguel, después de que el nivel del río descendiera poco a poco.
"Aquí tenemos arena y podemos jugar partidos de fútbol. Da gusto
volver a casa", dijo Kevin a Efe.
Sin embargo, Kevin debe de remar todos los días durante algo más de una hora hasta llegar al colegio Santa Cruz, donde se han
trasladado los alumnos y profesores de la escuela Caacupemí, el
centro en el que estudiaba y que hoy se encuentra bajo agua.
"Dos de mis hermanos van a la escuela por la mañana, y yo me voy con otro hermano por la tarde, y después volvemos todos juntos.
Tardo una hora en llegar, y nos turnamos entre todos para remar. A veces me canso, pero igual quiero ir, estoy contento de ir a la
escuela", expresó el niño.
En la escuela nueva los profesores buscan recibir a los alumnos
de un modo "más humano que pedagógico", explicó a Efe Selva Miranda, directora desde h