Los incendios siguen devorando todo a su paso en Chile. El intenso calor y los fuertes vientos han convertido siete regiones del centro y el sur del país en un enorme brasero. Ya han ardido 280.000 hectáreas. Diez personas han muerto y hay miles de desplazados.
La localidad de Santa Olga, completamente calcinada, es la imagen misma de la desolación. En este humilde pueblo de la región de Maule, a unos 280 kilómetros al sur de Santiago, vivían unas 5.000 personas. Las llamas han reducido a ceniza más de un millar de viviendas, escuelas, el centro de atención médica… Entre los restos humeantes de una de las casas se ha encontrado el cuerpo de un hombre.
“Aquí las llamas arrasaron todo. Estuvimos todo el día combatiendo, haciendo cortafuegos por todo el sector”, dice Teo Carrillo, uno de los vecinos.
Las regiones sureñas de Maule, Biobío y O’Higgins han sido declaradas en “estado de urgencia constitucional”. El fuego golpea sobre todo a las localidades rurales, que viven de la explotación forestal, la agricultura y la ganadería.
“A nosotros (el fuego) nos ha arrebatado en este minuto más de trecientas hectáreas. 25.000 ponedoras chiquititas, listas para ir a poner”, se lamenta la propietaria de una granja.
Miles de bomberos, brigadistas y policías luchan contra el avance hasta ahora imparable del fuego. Desde muchos países está llegando ayuda, como Estados Unidos, Francia, España, México, Brasil, Argentina o Rusia, que ha ofrecido un enorme avión cisterna.