Son imágenes de la avenida Paulista, el centro neurálgico y financiero de Sao Paulo, durante la enésima de las protestas convocadas, cuando falta menos de un mes para el inicio del Mundial.
Las sedes de los patrocinadores de la competición fueron esta vez el escenario de otra batalla campal entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad, que terminó con centenares de detenidos en varias ciudades. En Recife, una de las sedes del Mundial, los incidentes acabaron con saqueos y robos con violencia, coincidiendo con una huelga de la Policía Militar. Dos partidos de fútbol de la liga brasileña, previstos para este próximo fin de semana, han sido aplazados.
El porcentaje de brasileños que están manifiestamente en contra del evento alcanza el 41%, en un país en el que el fútbol es una religión.
“Hemos preguntado por activa y por pasiva ¿para quién es este Mundial? Y todavía seguimos esperando una respuesta. Este Campeonato del Mundo no es para la mayoría de los brasileños, y por esta razón estamos en contra de un modelo que excluye a los ciudadanos”, explica Vanessa, una joven brasileña.
La falta de seguridad en las obras, con varios trabajadores muertos alienta unas protestas que aglutinan a colectivos muy diversos. Funcionarios públicos, profesores, estudiantes, personas sin hogar, parados. Muchos creyeron que el boom económico del país impulsaría las políticas sociales y erradicaría la pobreza.
Ciudadanos que tienen muchas más preocupaciones que completar el álbum de cromos del Mundial.