Conservado en excelente estado y con la cara recubierta por una máscara de cera, el cuerpo de Juan XXIII reposa en un ataúd de cristal en la catedral de San Jerónimo de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Treinta y ocho años después de su muerte, sigue siendo ‘el papa bueno’.
Nacido en 1881, Angelo Giuseppe Roncalli es uno de los 14 hijos de una familia modesta. Ordenado sacerdote a los 24 años, tendrá que esperar a los 72 para ser nombrado cardenal. A los 77 participa en un cónclave que le elegirá sucesor de Pio XII, tres tres días y diez horas de reunión. Un papa que iba a suponer solo una transición marcará a la Iglesia en tan solo cuatro años.
“Volviendo a casa encontraréis a vuestros hijos. Hacedles una caricia y decidles: esta es la caricia del Papa. Encontraréis también algunas lágrimas que secar, decidles una palabra agradable.”
Desde el principio impone su estilo, lleno de humanidad y pone el acento en el aspecto pastoral de su cargo. Abandona el Vaticano, algo que casi no han hecho sus predecesores, y visita a los enfermos, los presos, tiende la mano a los protestantes, los ortodoxos y los anglicanos y rompe con la “enseñanza del desprecio” de los judíos.
Mas allá de su personalidad, será recordado por haber iniciado el Concilio Vaticano II. Durantes tres años a partir del once de octubre de 1962, más de 2.500 obispos de todo el mundo, incluido el bloque comunista y China, se reúnen en la basílica de San Pedro para llevar a cabo una reforma completa de la Iglesia.
Juan XXIII no llegar a ver el final del Concilio. Un cáncer acaba con su vida el tres de junio de 1963. Quedará su inmenso legado para la Iglesia Católica