CARLOS GARDEL - LAS LUCES DE BUENOS AIRES - CINE ARGENTINO
En Las luces de Buenos Aires Gardel es Anselmo, patrón de una estancia a la que llega por accidente un empresario teatral de la capital en el preciso momento en que tiene lugar una alegre fiesta.
Al oír cantar a Elvira (Bozán), la novia de Anselmo, el empresario decide contratarla; aunque la chica está muy enamorada del estanciero, las "luces de Buenos Aires" la deslumbran y parte hacia una incierta gloria, dejando desconsolado a su pretendiente.
Como era de prever, la inocente pueblerina va a caer rápidamente en el punto de mira de un vicioso capitalista llamado Villamil (Kuindós), dueño del teatro donde va a hacer su debut y que parece ejercer una especie de "derecho de pernada" sobre sus artistas.
Tras una serie de diplomáticas insinuaciones, Villamil invita a Elvira a una fiesta privada después de su exitosa actuación. En el camerino, cuando está a punto de partir, aparece su novio gaucho a felicitarla; Elvira se siente algo avergonzada de los modales campesinos de Anselmo y se lo saca de encima.
El estanciero, deshecho por el frío recibimiento de su enamorada, no puede resistir la tentación y se presenta en casa de Villamil. La fiesta estaba ya adquiriendo ribetes orgiásticos a costa de la pobre Elvira: Villamil la ha hecho beber hasta perder el sentido de la dignidad; se ha dejado sacar el vestido y ser regada con champagne, y en el momento en que aparece Anselmo se halla en paños menores recibiendo las babosas atenciones de Villamil.
Con esa innata dignidad que el teatro y el cine suele adjudicar a la gente del campo en contraposición a las de ciudad, Anselmo le afea su conducta y propina un sonoro cachete a Villamil. Los sicarios del villano se aprestan a vengar a su jefe, pero Anselmo cuenta con la inesperada ayuda de Pablo (Quartucci), ex boxeador metido a cantante y bailarín que actúa en el mismo espectáculo que Elvira y que se ha hecho novio de su amiga.
Toda esa escena, de iconografía relativamente atrevida para la época en lo referente a la degradación moral de la muchacha, tiene ahora su justificación en la inmediatamente posterior donde Gardel, "entre dos copas de aguardiente sobre el manchado mostrador", le canta a Pablo Tomo y obligo con su inimitable estilo, sin olvidar los desgarradores sollozos en aquello de que "los hombres machos no deben llorar".
A partir de aquí el guion vuelve a perder el norte haciendo desaparecer al protagonista masculino y dejando el desenlace en manos de unos personajes que hasta ahora no había demostrado la menor relevancia: dos gauchos de la estancia de Anselmo rescatan a la descarriada Elvira y se la devuelven al patrón.
FUENTES : WIKIPEDIA