Son habituales las creencias sobre los fuegos fatuos y su identificación con las almas que siguen a los vivos pidiéndoles sufragios y los espíritus y muertos familiares que se manifiestan con golpes durante la noche, solicitando misas o dando avisos. En Sariñena se decía que para librarse de tal acoso no había otro medio sino disparar contra los aparecidos con un revólver, pero con balas de cera mojada en agua bendita, o por lo menos así nos lo contaba una anciana. Como en todas partes, la muerte, en las tradiciones aragonesas, es base de un rito de separación o segregación, y todos los vecinos habían de asistir al entierro tras haber visitado la casa mortuoria y contemplado el cadáver engalanado como hacía los romanos. La cera y la luz formaran parte esencial de este rito y en muchas ordenanzas se exigirá de los cofrades asistir a los entierros de sus compañeros con una o dos velas encendidas.