Después del caos vivido en los primeros días, la llegada de ayuda humanitaria empieza a dejarse sentir en las zonas devastadas por el ciclón Haiyan en Filipinas. La desesperación aún es palpable. En el aeropuerto de Taclobán, la gente se pelea para conseguir una botella de agua. No obstante, empiezan a restablecerse las comunicaciones por tierra y la llegada del portaaviones estadounidense George Washington a la zona ha mejorado la atención a los damnificados.
La comisaria europea de Ayuda Humanitaria, Kristalina Georgieva, ha visitado la región. “Vivimos en un mundo en el que las catástrofes son más frecuentes y todavía no estamos al nivel que deberíamos estar en términos de preparación y prevención”, afirma. La Comisión Europea ha concedido 20 millones de euros en ayuda a Filipinas, a los que se sumarán otros 10 millones para la reconstrucción.
Se calcula que unas 600.000 personas se han quedado sin techo. Las agencias internacionales se preocupan, sobre todo, por los niños, especialmente vulnerables frente a los problemas respiratorios, las diarreas y enfermedades como el cólera o el tétanos.
“Mi hijo está intentando reconstruir la casa, que quedó completamente destruida, para que podamos volver”, dice una abuela de 78 años, refugiada junto a su nieta en el interior de una furgoneta.
Según la ONU, dos millones y medio de personas necesitan ayuda alimentaria de urgencia. Los muertos se acercan a 4500. Y aún hay zonas remotas, en concreto, una veinta de islas, a las que resulta muy difícil acceder.