En el aeropuerto de Taclobán el gran desembarco de la ayuda internacional cada vez es más latente.

Sobre todo, desde que a Filipinas llegara recientemente un portaviones estadounidense con 5000 soldados y 80 aviones en su vientre.

Pero la falta de combustible e infraestructuras operativas, e incluso la corrupción, hacen que la ayuda se quede atascada cerca de aquí, y no llegue a donde más necesita.

Pero ya ha pasado casi una semana y la situación, lejos de solucionarse, se agrava: se necesita imperiosamente agua potable, alimentos y alojamiento. Medicamentos y material sanitario para los heridos.

“Existe el peligro de centrarse en Taclobán. Tenemos que llegar a otros lugares como la isla de Leyte o Samar lo antes posible. Y en eso estamos trabajando. Ayer, hoy y mañana, estaremos aquí por un tiempo”, dice Sebastian Rhodes Stampa, alto mando dell equipo de asesoramiento en desastres de las Naciones Unidas.

Taclobán, donde la cuarta parte de la población vive en infraviviendas situadas en zonas inundables, es sólo el desastre más visible, el lugar adonde llegan las cámaras, a las que ya se ha acostumbrado la población de esta ciudad irreconocible.

Pero hay nueve millones de afectados, la de ellos, mitad niños.

“No tenemos comida, ni agua, ni electricida ni gasolina..ni ropa, todo se lo llevó el tifón”, comenta un afectado.

Pese a las críticas y la presión internacional sigue predominando el oscurantismo gubernamental y no hay una cifra oficial de muertos.

El alto cargo policial que habló de diez mil víctimas ha sido retirado de su cargo.

La prensa, muy dócil con el gobierno comandado por Benigno Aquino, ya se ha atrevido a hablar de 4000 muertos.

Mientras, las cadáveres se siguen apilando en bolsas negras en las cunetas de las carreteras, y se siguen abriendo fosas comunes.