La falta de voluntad política de los últimos Gobiernos colombianos ha llevado a la agudización del problema. La asimilación social del fenómeno, que en muchos casos se mezcla con la llamada “cultura del listo”, donde la corrupción no es vista como un robo sino como una manera de sortear escollos para conseguir contratos y dinero, han contribuido también a dicho agravamiento. De otra parte, la situación ha llevado a que los ciudadanos descrean de las instituciones, particularmente, del Gobierno de Colombia y su gestión administrativa, y del legislativo casi en su conjunto. Los altos niveles de corrupción se agregan a la impunidad reinante, y a una pobre y tendenciosa labor en los organismos de control.